martes, noviembre 29, 2005

Panda en el jamuna

Vamos en una barcaza inestable, lástima que no se pudo conseguir algo mejor. Sin embargo, salió bien. Me contactó nuestra amiga del PETA, la Liz Taylor a falta de nombre mejor: me felicitó, pero me ha dicho que le han llegado mensajes extraños de un informante. A mí también me han llegado, ¿debería preocuparme? ¿qué sabe usted de esos mensajes? Espero que no tenga nada que ver con aquellos que siguen a Kye. A propósito, ¿ha sabido usted algo de Kye? Creo que ha estado evitando mis cartas. Tuvimos un altercado antes de que se fuera y no tuve tiempo de explicarle nada. Él sólo se fue. Temo especialmente por esa última carta, donde trata de engatusarme con sus palabras bonitas y creo que estoy en posición de tener miedo, de estar paranoica, como usted solía catalogar mis arranques.
Déjeme contarle: vamos por el Jamuna, un río estrecho, muy inestable. Fue difícil el cruce con el Ganges, especialmente para Lapanda (Riu le puso así al escucharme hablar de ella). Lapanda va encima de un remolque hecho de flotadores que evitan que la madera precaria toque el agua, pero con el movimiento de lapanda y sus crías se hace casi imposible. Riu está todo el tiempo con ella, casi no sale del remolque. Instalamos unas rejas precarias, a pesar de nuestras creencias, alrededor de los osos. Imagínese: un barco pequeño sujetando por un nudo un remolque con un Panda y sus crías por el río estrecho. Somos una imagen difícil de creer.
Tenemos miedo de los lugareños, porque nos miran como si se tratara de un barco fantasma, una imagen irreal. Eso, creen, es de mala suerte y se ha corrido de boca en boca la noticia de nuestro paso. Así, a veces, vemos caras de la gente del lugar (ya no sé bien en qué país estoy) que han estado esperando nuestra llegada. Los niños nos tiran flores y bolsas con comida que nosotros recogemos, pero los mayores nos miran con desconfianza, esperando la oportunidad para delatarnos. Nosotros sólo pensamos en Lapanda y las crías. Pinovski se ha encariñado mucho con una de ellas. Me impresiona, nunca había visto esa cara de él. Siempre duro e incrédulo, frío como una piedra. De repente con los animales, se ablanda, le viene un color a la cara. Incluso pasa horas con Riu conversando y ayudando a limpiar y a alimentar a los osos, a pesar de que todos debemos hacerlo, menos el Ruso que está como capitán en su bote y no cesa de mirar a su alrededor con una pistola metida en el pantalón. Riu nos pidió que si hubiese una emboscada no dudáramos en matarlo, a él primero y lueso a Lapanda con sus crías. Nos negamos, pero Riu no descansó hasta que Pinovski le prometió que lo haría. No dudo que lo hará si viene al caso. Ojalá que no venga al caso, creoq ue los pandas son uno de los mamíferos más bellos de universo, haberlos creado debe haber sido un placer, pintarlos así como son, con los mismos colores que una vaca, pero en proporciones perfectas.
Esta noche voy a dormir con Lapanda.

miércoles, noviembre 23, 2005

Panda

Llegamos a las tres y media de la mañana al zoológico de Dhaka. Dejamos el remolque afuera. Cruzamos el umbral fácilmente por uno de los lados donde la reja estaba oxidada. Casi todos los animales estaban durmiendo, menos un búho que chillaba encerrado en una jaula que apenas le dejaba desplegar sus alas. Justo abajo de él había un papel de publicidad, los que entregan en la calle. Decía: "Dele un descanso digno a su mascota: Cementerio Manbaria", igual que en le metro de Santiago, donde nos ofrecían un lugar donde descansar nuestros restos, ¿se acuerda?
Al llegar donde estaba la osa panda nos encontramos con que su cuidador no le dejaba solo ni un minuto; ahí estaba durmiendo acurrucado contra ella. La Panda sujetaba entre sus manotas a una de sus crías y la otra se había agarrado a la pierna del cuidador. La Ramayana se salió de mi bolso y corrió hasta los osos, los olió y le lengüeteó la cara al cuidador. Se despertó exaltado, más aún cuando vio venirsele encima a Pinovski con su buzo negro y su gorro de terrorista. Se puso a suplicar, protegiendo con su cuerpo flaco y pequeño lo que podía de las crías del oso panda. La mamá, confiada, apoyaba su cabeza contra el suelo, en señal de paz. Pinovski se acercó, lo agarró del brazo, se lo llevó a un lado. Mientras, me acerqué a la osa panda pacientemente, sin levantarme mucho. La alcancé y le acaricié la cabeza. La osa se asustó y lanzó un alarido protegiendo a sus crías. Se puso furiosa y la Ramayana la confrontó. El Rito agarró a la gata violentamente y se la llevó de ahí. Yo seguía en el suelo y de a poco me fui acercando a ella que seguía crispada. A mi lado pasó el cuidador. Le acarició la cara a la osa y me hizo un gesto para que fuera donde la osa y dejara que me oliera.
El cuidador guió a la osa y a sus crías a través del zoológico hacia la salida donde nos esperaba el Ruso. Éste se bajó y abrió las compuertas. El cuidador entró con la osa y las crías. Pinovski cerró las puertas tras ellos; nos informó que el cuidador se iba con nosotros.

miércoles, noviembre 16, 2005

Zoo ayuda

El Rito y el Ruso se han embarcado en largas discusiones sobre lo que debemos hacer ahora. El Rito cree que debemos mantenernos según lo planeado rescatando a los animales que están encerrados en los zoológicos. Dice tener noticia sobre un oso panda que acaba de dar a luz a dos crías y que están justo en edad para llevarlos de vuelta a sus hábitat natural. El Ruso cree importante aprovechar el viaje hacia el sur de China (tal vez cerca de Lhasa) liberando a algunos animales de circo. El Ruso dice que tiene una información sobre un subalterno suyo de la época de la embajada soviética en Dhaka, de esos empleados cuyos mandados eran secretos, que puso plata para un circo -ese desgraciado, dijo, cuando se refirió a él. Ese circo abusa de los animales hasta volverlos locos y, en ese estado, los abandonan en alguna explanada para que se los coman las rapiñas. ¿Se imagina usted un elefante atado por su pata gorda y blanda tratando de caminar en una carpa que apenas lo deja moverse para adelante y para atrás, recordando esos miles de kilómetros que recorría con sus antepasados, ahora suelto en un ambiente que no conoce, donde no hay ni árboles para esconderse de sus presas ni aguas tranquilas y hondas para bañarse? ¿Se acuerda esa vez en Chile, cuando íbamos de un lado a otro trantando que alguien nos financiara la campaña de los monos y vimos a ese elefante loco y a ese tigre que aullaba como si fuera lobo impotente frente a sus presas? ¿Se acuerda de ese circo infame, Los Hermanos algo, se llamaba? Como si ser hermanos les quitara la posibilidad de delinquir, ensuciando esa palabra con sus fauces llenas de dinero y carne animal.
Por eso debe ayudarnos. Necesitamos un barco que nos traslade a nosotros y a nuestra carga anónimamente desde Dhaya, tal vez se pueda a través del río Jamuna, ¿es navegable? El Ruso está seguro de que es la única manera segura.
Yo estoy de acuerdo con el Ruso. El Rito alega que es escencial para nuestra misión mantenernos en una línea, la de los zoológicos. Eso le causó una risa estrepitosa a Pinovski. Pinovski con su usual cinicidad, se ríe y luego dice las primeras palabras que profiere desde aquel fatal día en Myanmar: "eso es lo que nos hacen creer hoy en día. Te cruzas con millones al caminar por la ciudad y necesitas creer que eres importante. Por eso te crees que tienes una misión, eso te hace importante, te da valor". El Ruso se entusiasmó con la idea, haciéndola suya argumentaba que por eso toda esa fe new age tiene tanto éxito en el mundo, porque hace sentir que cada vida vale, aunque en su fuero interno cada uno sabe que es una gran mentira y que las vidas de cada uno vale tanto como una figura humana en los Andes. Yo le dije que eso no importaba si hacía que las personas lidiaran mejor con la idea de la caducidad de la especie. El Ruso y Pinovski saltaron contra mí. El Ruso me gritaba en la cara que eso es lo que una creencia así era capaz de tranquilizar las mentes anquilosadas y acríticas cada vez que se comía un pedazo de carne de ñandú o se tragaba el segundo pollo del día o mataban a un ser humano inocente en las guerras a favor del petróleo. Yo lo miré tranquila, pero la Ramayana (así se llama mi gata, la que estaba enferma, pero que sólo necesitaba algo de cariño y un buen veterinario) emitió un maullido tan profundo que hizo que todos se detuvieran como hipnotizados por un rayo luminoso.
Dígame, ¿nos ayudará?

sábado, noviembre 12, 2005

Escribo sentada sobre un barco que parece de juguete, lo cambié a usted por esto, por esto no continué lo que le estaba escribiendo hace unos días. El Rito llegó con cara de desespero, sin poder exhalar las palabras que traía en su boca. El Ruso reaccionó rápido, impositivo como siempre y nos llamó a hacerle caso al Rito, porque quien se acercara con esa expresión no podía estar mintiendo: nos seguían. Nos metimos entre unos árboles que apenas pudieron ser bosques, arrancamos hacia el norte de Myanmar evitando el mar hasta llegar más o menos a la altura de Hinthada. Ahí tuve que ceder ante la loca idea del Rito de subirnos a un barco estrecho que pertenecía un griego que, se notaba, no estaba acostumbrado a la compañía: su ánimo huraño y su rostro desconfiado nos obligaban a tener cuidado, pero tanto el ruso como Pinovski se subieron sin siquiera dudar al barco y yo ahí, con una pobre gata enferma que encontré en el camino amarrada en mis brazos, me subí al bote. Así partimos, los locos y los enfermos rumbo a Bangladesh que, en realidad era el lugar hacia donde se dirigía el griego a buscar no sé qué cosas para vender en su natal Eumopolis que, si bien entendí, está en una isla no muy lejos de Atenas.
No exagero cuando hablo de locos y enfermos... sospecho que el Ruso actúa con nosotros por algún trozo de frustración anclada en el pasado que ninguno de nosotros, niños todavía, indolentes, no vamos a comprender nunca: el viejo loco. Los otros somos enfermos, niños que no estaban en ninguna parte y que creyeron que tal vez esta era la mejor manera de conocer el mundo; niños turistas. Esta experiencia sólo recrea palabras enfermas, la escritura en general se asienta sobre la convicción de que palabras así son parte de la decadencia de una especie, el creador, el pensador y el escritor, son especies en extinción que nadie tiene ganas de salvar, pues a nadie sirven sus palabras inermes. O mejor dicho, son testigos de su autoextinción, la cual, creo, es una necesidad para que a Ramayana, la gata, ya no le duela vivir.
No conozco Bangladesh, pero el Ruso asegura que el griego va a dejarnos instalados en un lugar de unos conocidos. Al Ruso le simpatiza sobremanera. Asegura que el griego ha transado con delincuentes mayores -a unos nazis que huyeron a África y desde ahí, asegura, a la sexta región de nuestro país - y que, en cierta forma, le agrada ayudar a los que están a la deriva. El Ruso bromeaba con él, no se enojó, más bien le agradó que el griego se mantuviera al margen y viviera como un mercenario. Dice que le recuerda a él mismo a principios de los noventa cuando sus convicciones y la URSS en general estaba tan degenerada que no se sabía hacia qué bando se estaba jugando, hiciera lo que hiciera. Odio cuando el Ruso se pone a predicar: viejo loco.
Recuerdo en los años en que viví en Inglaterra que conocí a una nativa de Bangladesh que iba a la misma escuela que yo. Inocentes ambas. Lo único que recuerdo bien fue una vez que a la hora del almuerzo en la escuela pública, yo decidí sentarme al lado de otra amiga Susana y, entonces, Hillary de Bangladesh se puso a llorar porque no estaba sentada en el medio, entre nosotras. Allá vamos Hillary, la llorona, a conocer el país de las inundaciones, las hambrunas y la corrupción que son las únicas noticias por las cuales hubiese conocido ese país si no fuera por ti, la llorona.

jueves, noviembre 10, 2005

¿Debo confiar en usted? Lo vi; lo estaba esperando y lo vi llegar. No estaba solo, claro. Vi que ella le decía algo en el oído y luego pretendía sentarse como si no lo conociera. Yo sé quién es, la vi una vez siguiendo a Kye. Sé que usted también me vio; me miró a los ojos por un par de segundos y luego fingió no conocerme. Yo me me metí tras la barra junto a Seth-Aru. Le di pena. Me dijo algo como "no se preocupe si todos los hombres hacen eso a veces". Me hizo gracia, ahora soy una mujer engañada. Mejor que no sepa nada, mejor que crea que estamos casados. A lo mejor no ve las noticias o a lo mejor se hace la ignorante, creo que es porque una vez ella estuvo en la cárcel. Aunque no sé, tal vez nos quiera denunciar. Creo que no puedo confiar en nadie. ¿Puedo confiar en usted?
Estuve media hora metida en esa cocina acalorada, hasta que S-A me sijo que podía salir. Me dio su mensaje, es apenas legible. Me gusta el dibujo de la mano que hace que el tiburón doble hacia la derecha. Me acordé cuando dibujaba "El descensor". Sobre lo otro, sobre sus supuestas órdenes, lo siento, pero es que si no continúo en esto, nada valdrá la pena. ¿Y qué será de los inocentes? Se lo he dicho cientos de veces.
¿Si sigo escribiendo no va a revelar nunca mi verdadera identidad? Supongo que este es la única ruta segura de comunicación. ¿Podrán acaso ubicarme con un nombre falso? El Ruso me llama fool por seguir en contacto con usted, pero si es que no te escribo

miércoles, noviembre 09, 2005

Llegamos al final del camino, tal como usted nos pidió. El camino se hunde en el mar. Caminamos doscientos kilómetros al oeste de Rangún y el camino se hunde en el mar.
Kye se fue al norte, a buscar a su mamá. Dijo
apenas en su inglés particular, aprendido a la rápida en algún instituto en Mandalay, que esto fue un gasto inútil de tiempo. Me dice que fallamos. Yo también lo creo.
Quedamos cuatro, sólo cuatro. Yo no me voy a ir, porque hace tiempo que creo que esto no vale la pena, pero me quedé. Y me voy a seguir quedando. El Ruso, Pinovski y Rito. Es una compañía deplorable, nadie sabe mucho qué hacer, parecen niños perdidos. Entonces me miran a mí, como si por ser mujer me podría ganar la confianza de algún birmano. Por lo general, me lanzan mis palabras por encima del sombrero que usted me regaló; algunos nos dan alojamiento y comida. Hay algunos que se enojan cuando se les habla de Birmania y no de Myanmar, hay otros que al revés. A veces ni siquiera puedo hablar con ellos más que con gestos. Creo que es cuando mejor nos llevamos, sin palabras. Entonces agacho bien la cabeza y me acuerdo de los guacamayos que sacamos del zoológico; trato de no acordarme mucho de los monos, todavía veo a ese que me enterró su garra en el brazo. Conseguí que un monje me lavara la herida antes de llegar hasta acá.
Ya me está empezando a dar miedo: miedo el calor, miedo los mosquitos, miedo a las represalias, miedo a este camino que no llega a ninguna parte, que se hunde bajo el mar.
Usted nos envió a un lugar hermoso a pesar de la devastación (cómo un mar tan calmado pudo comportarse con tal falta de decoro, hace tan poco). Estoy dentro de una capilla budista que se abre hacia el mar. A veces viene un caminante a tomar el agua que surge de la tierra y cae a una vasija de greda gastada. Se limpia la cara mientras me miran con recelo, como si supieran a lo que vinimos. ¿Es que lo saben? ¿Salimos ya en las noticias o podemos volver?
No salió bien. La primera vez y no salió bien.