jueves, diciembre 29, 2005

Rituales

Al cuarto día de viaje llegamos a un pueblo donde nos podríamos aprovisionar sin problemas. El Ruso se compró un mapa de la zona que databa de 1985, trazado a mano por un explorador local. Fue lo más nuevo que pudimos encontrar; fue lo único que nos ofrecieron. No era un mapa exacto, pero nos permitía conocer los relieves del terreno y verificar donde podríamos cruzar la montaña. El Ruso me invitó a almorzar a un lugar que difícilmente se podría llamar restaurante; más bien era la casa de una familia que servía comida para extranjeros, cuando los había. El Ruso se movía por ese poblado como si fuera su propia casa, como si la conociera al revés y al derecho. Le pregunté y fue evasivo; dijo que el andar por este tipo de lugares era siempre igual: conocías uno y los conocías todos. Es claro que algo tiene el Ruso en este lugar, pues entonces ¿por qué habríamos de caminar específicamente hasta este lugar siendo que había muchos pueblos de campesinos entremedio? Sin duda este no debe haber sido el más grande: cuatro calles alrededor de un mercado. En el lugar donde almorzamos, el joven hijo de la dueña de la casa hablaba inglés y nos contó la historia de un hombre que hablaba en lengua extranjera que andaba paseándose por la región desnudo, con el cuerpo pintado de blanco y negro. El extranjero se instalaba en las afueras de los poblados, miraba al cielo y hablaba como si estuviera viendo algo, aunque las personas que lo habían visto dicen que allí no había nada. Luego prendía un fuego, ensayaba unas danzas que parecían venidas del continente africano - como su bailara con una serpiente - y luego se abría dos hoyitos en el cuello o el brazo y dejaba brotar la sangre. Se contaba que múltiples veces, los lugareños han debido llevarlo a sus casas para sanarlo. Mientras está allí, no cesa de hablar en su lengua extranjera, una lengua que parece un canto, una lengua que habla de otros mundos. La gente ya empieza a creer que es un iluminado y lo trata como tal, le dan limosna, cuentan la historia y transmiten el mito. El joven dueño de casa sacó una cuerda desde la cual colgaba un dibujo del iluminado. Partimos al mercado y encontramos bastantes objetos que confirmaban la presencia del iluminado. Nos llevamos varias. En un momento perdí al Ruso de vista, me quedé viendo las maravillas que uno encuentra en los mercados de estos pueblos. Artesanía de verdad, telas, ropa teñida y hecha a mano, frutas maravillosas, cereales dorados. Allí la gente nos trata con deferencia: somos extranjeros, pero la voz se ha corrido y saben quienes somos. Cuando me alejé del mercado con las provisiones, una señora se arrimó a mi espalda y me enlazó en la mano una figura de madera representando al iluminado.
Al cabo de una o dos horas de espera apareció el Ruso, despeinado y con otra ropa, también blanca, también de lino. La vuelta no será tan larga y no iremos solos: el Ruso ha conseguido que nos lleve un camión que debe hacer su ronda hacia el este. El camionero se parece extrañamente a Riu.
Cruzamos rápidamente los mismos caminos que habíamos andado y conocido al detalle. Ya se puede oler el río.

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