Estamos en tierra firme en medio de los campos hirvientes de India. Nos hemos desviado de nuestro camino. Deberá usted tratar de recuperar aquel dinero que nos envió a Lhasa: no llegaremos ahí. Nos hemos encaminado hacia el este en busca de un mejor ambiente para Lapanda. Estamos todos tristes con nuestra pérdida y aún no encontramos a Trieste, la serpiente del Rito, pero yo creo que se esconde por ahí avergonzada de su naturaleza.
La otra noche, cuando aún íbamos por el Brahmaputra, me desperté para relevar a quien estuviera haciendo guardia a Lapanda y a sus crías Día y Noche. La gata no estaba durmiendo a mi lado y sospeché que había ido a meter las narices a la casa de los pandas. Cuando salí a cubierta la vi en la punta de estribor hipnotizada con la luna que se sumergía dentro del agua del río, a su lado estaba Pinovski acariciándole su lomo y cantando algo en eslavo. La Ramayana me vio y se subió a mi hombro. Fuimos los tres a ver a Lapanda. Ahí dormía ella con su Día y su Noche acurrucados entre sus patas gordas. Noche se lamía su pata derecha, dormido. Yo le dije a Pinovski que se podía ir a dormir, que yo terminaba la noche aquí afuera. Pinovski sólo tomó a la Ramayana. Acostado, se la puso en el pecho y la acariciaba hasta que la Ramayana se puso a ronronear mientras cerraba los ojos lentamente, con las patas dobladas hacia dentro, envueltas en la cola enroscada.
Pinovski me contó que una vez, cuando estaba en Brasil, se dedicó una primavera entera a observar a un pájaro que llamaban Juan en jerga popular. En esa época buscaba una compañera, así que se lo podía ver armando con barro y pajitas una casita perfectamente redonda, como un panal con un pequeño agujero al frente por donde entraba y terminaba de suavizar las superficies por dentro. La construcción era maravillosa: apenas se podía ver entre el follaje de los árboles y se confundía con los colores de las ramas. Juan se puso a esperar y no pasó mucho tiempo hasta que llegara una Juana que le pareció que la casa de Juan hacía justicia a sus antepasados. Juan la invitó a su casa; Juana entró y la aprobó de inmediato. Sin dudarlo, se instaló en la casa redonda. Se aparearon al parecer por la noche, porque Pinovski no los había visto, pero a poco andar, Juana puso unos huevos pequeños. Juan traía comida con desespero, incluso más de los que podía comer Juana; los gusanos muertos y los bichos medio despedazados se iban acumulando hasta desbordar la casa. Luego de esto, Juan empezó a traer más barro y más paja con el cual cerraba el hoyito por donde se veía la cabecita confundida de Juana. La casa quedó completamente cerrada. Una vez hecho esto, Juan echó a volar.
Al poco tiempo se escuchabanlos grititos desesperados de los pollos y las alas batientes de Juana contra las paredes de su casa. Un día el ruido cesó. Se asomó un piquito pequeño entre las paredes de la casa de barro. Uno de los pollos había abierto un orificio a punta de esfuerzo, era un hoyito pequños, apenas para que él y sus hermanos alcanzaran a salir. El último pollo echó una última mirada atrás, como si estuviera esperando que su mamá le diera el último empujón; al final, se tiró a volar. Juana no salió más.
Pinovski había ido a Brasil poco después de hacerse Pinovski en Croacia. Había sido un viaje difícil, porque lo único que hablaba a esas alturas era un dialecto chino y trazos de indostaní. Como nunca supo cuándo había nacido, no sabe cuándo fue el momento exacto en que se dio cuenta de que era diferente, pero la sensación había existido con él desde siempre: eran las caras de las campesinas chinas al mirar al niño rubio que cuidaba la señora que aprendió a llamar mamá. Los niños en la escuela rural murmuraban a sus espaldas y le tiraban su pelo desteñido hasta sacárselo de manera de hacerse unos amuletos. Así que un día, cuando todavía no tenía pelos en la cara ni edad para saberlo, se fue de su casa con lo poco que tenía que eran dos camisas, un pantalón y un sombrero de paja que lo protegió del sol furibundo por los próximos siete años. Fue pescador, cocinero, marinero, cuidador de zoológicos y bibliotecario; cada vez acercándose más a la ladera occidental. En una biblioteca en Turquía aprendió a hablar inglés. El camino lo llevó hasta los Balcanes, donde sirvió mucho tiempo en las milicias de los cuerpos de paz. Allí adoptó el nombre de Pinovski de un refugiado no mucho más viejo que él, pero que había visto morir a su hijo aplastado por el techo de su casa. Pinovski, el real, le ofreció su nombre, porque él era el último eslabón de su familia y no quería que el apellido se perdiera ahora que él estaba perdido. Le dijo que no se olvidara que su familia había sido transhumante durante generaciones. Pinovski, el real, le dijo que antes de Croacia su familia había estado en Polonia y Portugal, pero que no sabía más allá de eso. Al poco tiempo Pinovski, el real, se murió de una enfermedad pulmonar y el nuevo Pinovski adoptó su nombre sin dificultades y sin muchos problemas legales, sólo tomó su lugar y su pasaporte y partió, porque nada quedaba en Croacia para los Pinovski.
Cuando el primer rayo de luz se asomó por la ventana, Día despertó a su mamá. Lapanda se movió y Noche cayó de una manera extraña, como un saco. Desde abajo de él salió Trieste que se movió rápidamente entre las maderas hacia abajo del bote. Nos quedamos helados mientras Lapanda descubría su Noche muerto.
jueves, diciembre 08, 2005
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